sábado, 11 de junio de 2011

Los sueños, sueños son, ¿no?


No quiero temblar. El sólo hecho de hacerlo acrecienta mi miedo. Me da miedo saber que tengo miedo, porque eso me hace vulnerable. 

Desde pequeño he tenido problemas para dormir y tiemblo, siempre tiemblo. Porque vienen a mí las imágenes más lúgubres, sórdidas, irreales, fantasmagóricas y aterradoras que la mente humana pudiera crear jamás en un día de imaginación exacerbada y, hoy, debo decir en estas líneas, que jamás el miedo que ocasiona una imagen mental supera al infartante peso de la realidad, sobre todo cuando es tan absurda como esta.

He sido testigo de lo que sería estupendamente narrado en cualquier historia de horror, porque cuando vi lo que vi, estuve allí, en un lugar muy lejano de mi hogar; mi alma estuvo allí.

Una noche, como todas, me puse de rodillas antes de dormir, todavía con la curiosidad propia de aquel que vio en la televisión, minutos antes, una entrevista al más célebre espiritista y brujo de la ciudad hablando sobre el "desdoblamiento"; palabreja que lo único que quiere decir es: "salirse el alma del cuerpo". Y a pesar de ser un miedoso de primera me interesó saber si realmente era posible, y peor aún, hacerlo a voluntad, según palabras de este hombre que bien podría ser un hombre sapientísimo o bien un gran charlatán.

Oré, pues soy fiel creyente de Dios y su Hijo Unigénito y cuando tengo miedo repito su nombre, pero jamás este amor por Dios podría librarme del terror en el que vivo atrapado desde aquella noche. Una noche que empezó conmigo de rodillas orándole a ese Dios del que hoy dudo, porque si existiera, la escena que vive perenne en mi memoria desde aquel momento, no hubiera sido posible, porque no podría creer que Él hubiese creado al terror encarnado con el único afán de enloquecerme.

Escribo desde un lugar al que algunos llaman manicomio, aunque sé que no estoy loco. Porque lo que vi existe, existió y existirá, no sólo en mi mente, hoy como recuerdo, sino en el mismo lugar diabólico adonde se ha ido. ¿No me entienden? Permítanme exponerlo, y lo haré ahora mismo, antes que mi cancerbero decida apagar la luz y yo no pueda seguir escribiendo y tenga que sumirme, sin así quererlo, en el profundo horror en el que vivo desde la noche que presencié esa escena.

La relato y me despido, pues no aseguro que mi corazón soporte lo que escribo, realmente no puedo decirlo y espero las dispensas si esto es alguna vez leído, y, paradójicamente, espero fervientemente que así sea.

De rodillas rezando aquella noche de invierno, solo como el hongo que siempre he sido  -y me refiero a solitario, no tanto a lo de hongo- me puse de rodillas pidiendo con fe que nada malo me ocurriera y que durmiera tranquilo. Pedí a quien fuera el encargado allá en el Cielo, que me concediera el favor de poder salirme de mi cuerpo y deambular como un alma para visitar lugares lejanos, según dijo el señor de la tele y lo que no sonaba nada mal, incluso divertido.

Cuando estuve a punto de quedarme dormido, atrapado en ese punto semi inconsciente entre el sueño y la realidad, vino a mí el sonido de motores que me taladraban los oídos. La laxitud se apoderó de mí, a tal punto que no podía, ni siquiera, mover las cuerdas vocales para suplicar auxilio y que alguien me sacara de ese trance. Mi espina se blandió sobre su sitio irrefrenablemente y un hormigueo me recorría todo el cuerpo dentro de la inmensa oscuridad de la solitud de la vieja casona donde moraba. Un sudor frío se deslizaba por mis sienes, porque no podía moverme un centímetro y había perdido la voz. Si esto era "desdoblarse" quería volver a mi anterior estado. Toda curiosidad había desaparecido.

De pronto, sombras aparecen ante mí sobre la pared a la que mi cama está pegada y hacia donde miro desde mi posición fetal, como esas sombras que dejan los automóviles al pasar por la sombría carretera abandonada, y ante mí aparece el rostro de la Madre de Dios, la Virgen María, con lágrimas de sangre y la boca tan abierta que mi corazón se quiere salir del pecho.

"¿Estaré soñando o esto es real?"

Siento mi cuerpo levantarse pesadamente después de una lucha ardua por intentar moverme. Finalmente lo consigo.

"Me muero de frío, estoy helado".

Con la imagen de esa María demoníaca, y ya de pie, sin saber bien mi estado de conciencia, intento acercarme al interruptor de luz, pero no puedo. Comienzo a flotar de un modo incontrolable, como un globo de gas, sin poder hacer nada por detenerlo. Nuevamente el terror me invade, pues mientras asciendo, veo almas en pena con terribles rostros mirándome amenazantes; salen de debajo de mi cama y de mi clóset. 

"Siempre estuvieron allí y nunca lo supe".

Sin saber cómo, yazco sobre una vieja cama. Estoy despierto. Esta es la realidad. Me toco, me pellizco y me duele.

"¿Qué hago aquí? ¿Cómo pude llegar a esta cama? ¿Sonambulismo?"

Imposible. No estaba en la ciudad. Era improbable, entonces, que sonámbulo hubiera llegado hasta allí. Lo supe porque cuando me levanté de aquella cama extraña y pestilente, con sábanas tan añejas como los siglos y paredes de madera mohientas y húmedas como esas que se ven en las películas de horror, bajé unas escaleras sonoras y crujientes en esa oscuridad hostil de un bosque abandonado. Y esas ventanas cubiertas por tules que fungían de cortinas, me reflejaban que afuera había apenas una tenue luz de luna que acompañaba con cierta melancolía siniestra unos suaves pasitos que se hacían escuchar sobre las hojas secas.

No dormía, esto no era un sueño. Me toqué los ojos y lloraba. Sentí una pena tan grande que no comprendía. Era una pena extraña, no miedo. 

"Qué raro. No tengo miedo".

Exploré la casa en su tétrica obscuridad. Encontré un candelabro en una mesa y se encendió al contacto con mi mano. Y en ese momento hubiera preferido mil veces seguir sumido en la oscuridad, porque mis ojos y me memoria no pueden recuperarse de lo captado, de lo vivido, de lo sentido.

"Las palabras no dan para tanto. Jamás podría describir lo que estoy viendo".

Perdí el sentido y desperté en la misma cama, pero esta vez de día. Bajé temeroso y no había nada. Salvo por el crujido de las paredes de madera y el viento silvando afuera de la casa, no había nada de qué temer, sino sólo al recuerdo vívido de lo que había presenciado.

Si era un sueño real, quería despertar. Quería volver a mi casa, a mi vida. Pero no sabía qué hacer. Entonces me dispuse a buscar el camino de vuelta, cuando de pronto, sonó la puerta: al abrirla no vi nada, pero alguien me jaló del pantalón pijama que tenía ya dos días sobre las piernas y llamó mi atención. Al bajar la cabeza vi a una niña, misteriosa ella, pues su largo cabello negro me impedía mirarla directamente a los ojos. De pronto me habló, y cuando lo hizo, me vi a mi mismo en esa puerta hablando con ella. Era como si viera a mi alma interactuar con ella, o quizás el alma era yo mismo viendo a mi cuerpo interactuar con aquella niña. Aún hoy lo ignoro. De pronto aquel yo al que vi de pie ante el umbral de la puerta habló:

-¿En qué puedo ayudarte, niñita?

La niña sujetaba un pequeño jarro. La mañana gris y húmeda enmarcaron el misterio de esa niña con un halo que no puedo entender pero que me da pavor recordar.

-¿Puede regalarme un poco de azúcar, señor? -preguntó finalmente la pequeña.
-Cómo no -respondió mi otro yo, estirando la mano.

Mi vista se centró en mi propia imagen cogiendo la taza y caminando hacia la cocina. Cuando él volteó hacia la puerta a ver a la niña esta había desaparecido. Yo mismo me di cuenta de ello al mismo tiempo que él, que mi otro yo.

Permanecí allí en lo que habían parecido unos minutos, pensando en lo extraño de la situación. En lo extraño que era todo, sin entender por qué estaba yo en esa casucha abandonada viéndome a mí mismo allí como si fuera mi hogar, sin la menor preocupación. Ese otro yo vivía allí, quizás en alguna realidad alterna, paralela... ¿Quién puede decirlo?

En ese cavilar que para mí fueron minutos, pasó el día con su noche y volvió a amanecer. La vieja puerta volvió a sonar y se repitió el mismo cuadro de los minutos previos, en cuya realidad había pasado todo un día completo.

-Señor, ¿me puede regalar un poquito de azúcar? -fueron las palabras de la misteriosa niña, cuyos ojos eran tan o más misteriosos que ella misma pues no dejaba vérselos. Su batita blanca lucía sucia, con algunas manchas de color ocre.

-Como no -respondió mi otro yo recibiendo la taza. Otra vez mi vista se centró en él y perdí por un segundo la vista de ella. Bastó esa centésima en el tiempo para que volviera a esfumarse. La taza en la mano de él también desapareció.

La escena se repitió muchas veces en varios días que para mí habían sido, apenas, unas cuantas horas:

-Señor, ¿me regala un poquito de azúcar? -él la miró fijamente intentando buscar su mirada. Viró la cabeza para no perderla de vista, mirándola con los ojos fijos. Bajó la mirada un instante y cuando volvió hacia la niña esta ya no estaba. Lo raro era que a mí también me pasaba lo mismo. 

La noche siguiente -para ellos- volvió a tocar la puerta como todas las mañanas. Mi otro yo, aquella imagen de mi propio ser actuando por sus propios medios, viviendo en esa realidad absurda, quería saber de una vez por todas qué era lo que estaba ocurriendo. Compartíamos la misma curiosidad.

Sonó la puerta esa mañana lluviosa y abrió la puerta. Los árboles secos de ese bosque muerto y gris encuadraban un escenario que acompañaba la pequeña y frágil figura de esa niña descalza y pobremente vestida de largos cabellos negros y ojos ausentes.

-Señor, ¿no me regala un poquito de azú...?
-¡Espera un momento! -interrumpí yo, o bueno, él. Aquel yo.

La niña se mostró sorprendida. Su pálida piel pareció ponerse más pálida aún. Él la observó detenidamente. Esta vez no volvería la mirada para ningún lado. Esta vez intercambiarían algo más que las palabras de siempre:

-Dime, niña. De casualidad tú no estarás... muerta?

Y la niña:

-¡¡¡SÍ!!!

Dijo aquello mirándolo con las cuencas vacías de los ojos, dejando escuchar la voz de mil demonios ensordecedores, a la vez que estiraba la pálida manito, arrancándole el corazón de cuajo para meterlo en la taza y descender al infierno.

2 comentarios:

ludobit dijo...

muy bueno. digno heredero del estilo de lovecraft y poe. saludos.
p.d: te invito a visitar mi blog

Anónimo dijo...

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