miércoles, 3 de agosto de 2011

Mi primer sueño contigo.



Aquella colina verde, que no me permite ver el horizonte, tan verde como la esperanza hallada, dejaba escapar su aroma. Esa inconfundible brisa primaveral, cálida, que nubla los sentidos convirtiendo todo en añoranza. Un sol tan amarillo y resplandeciente en el cielo alumbraba el cuadro pintado, con tal perfección, que hoy, despierto y escribiendo, dudo si aquello fue la imaginación despierta en la inconsciencia de mi descanso, o tan sólo el gratuito dolor de la dulce agonía que provoca el deseo. 


En ese lugar encantado, donde los árboles son gigantes y en sus copas hay casitas de madera con muñecas de trapo vivientes, los pajarillos, gigantescos ellos, cubren el cielo con sus sombras deslizantes y desvían el silbido del viento convirtiéndolo en otra cosa, en algo que el oído no alcanza a descifrar.


De pronto, me elevo buscando a las dueñas de las casas, árbol tras árbol, viendo hacia abajo ese mundo encantado de seres hambrientos de emoción humana, flotando más que volando, incontrolable, como si mi humanidad fuese sostenida por alambres invisibles que me vuelven una marioneta de carne y hueso que ama -porque ama- y ve a través de la redonda ventana de la rústica casita imponente sobre el árbol más alto de todos a la reina del lugar, a la que mi corazón tanto ama a pesar de su maldad.


Nuestros rostros en vaivén, controlado por mi voluntad que no es del todo mía en este sub-mundo imaginario lleno de verdor y vida, se encuentran cara a cara, hasta que el aire pesado de su delicioso aliento me alcanza, y yo, sin soportarlo más, dejo escrita y dibujada la silueta de mis labios en los suyos.


Y despierto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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