viernes, 15 de abril de 2016

Obsolescencia





No es más que un computador portátil que yace muerto sobre la cama.
Sus venas negras, amarillas, rojas y verdes dejaron de circular la sangre eléctrica.

¿Importa? Desde luego. Todo muere en la vida así como nació de otra muerte, así como morirá y volverá a nacer. Piensa, medita. No es sólo un computador portátil. Es también lo que tuvo dentro, lo que vivió entres sus cavidades circuíticas: letras, imágenes. Toda una vida que no sirvió para nada.


Es así también la vida humana, que cuando muere no deja más que un recuerdo que también morirá con el tiempo, porque esa vida humana, la humanidad, un día dejará de ser y cada recuerdo se separará en átomos y cada átomo por sí solo no valdrá nada.



Un átomo aquí y otro a millones de años luz que juntos podrían conformar la millonésima parte de algo que no volverá a ser.



No es más que un computador portátil que yace muerto sobre la cama: Eres tú, la Tierra y su historia.

-Micky R. Bane.

15/04/2016

miércoles, 10 de diciembre de 2014

lunes, 29 de septiembre de 2014

Recazo






Caminaba ella por la avenida Larco; seis y treinta de la tarde. La garúa oblicua rociaba nostalgia, suspiros involuntarios. El aire helado le llenaba los pulmones de recuerdos mientras alcanzaba la Ricardo Palma.

Manos en los bolsillos de la casaca verde remangada que dejaba ver unas cuantas marcas de tinta que significaban algo para ella y nadie más. El vapor tibio exhalado se perdía en la atmósfera gris. El chullo negro le guarecía la cabellera y le calentaba las curiosas orejas.

A paso firme transitó las veredas miraflorinas sinuosamente, esquivando a cuanto parroquiano estorbara su tránsito. Y así anduvo hasta que vio una espalda: su espalda. Reconoció de inmediato los anchos hombros cubiertos por una casaca verde, del mismo color que la suya, la cabellera oscura que hacía juego con el jean de donde colgaba una cadena plateada. Las zapatillas de lona.

Se puso nerviosa y desaceleró el paso. Dudaba sobre si alcanzarlo o mantenerse detrás de él sin ser vista. Se aceleraron los latidos y apareció un sudor frío. Mierda. De pronto él también se detiene. ¿Por qué se detiene? ¿Por qué te detienes? Ella sólo atina a detenerse también y volver la mirada. Busca con los ojos un objetivo inexistente que evite un encuentro de pupilas. Mueve los ojos y lo mira de soslayo y lo ve dando media vuelta. Puta madre, me va a ver.

Cuando ella se dispone a cruzar la pista con apuro para evitarlo, él la ve.

El dolor se agolpa todo en su pecho y aquél va tras ella a pedirle explicaciones. Que por qué te fuiste y no supe más de ti. Que si es cierto que me sacaste la vuelta con el gringo. Que si es verdad que ya no me quieres.

Ensimismado da el primer paso para seguirla, manos en los bolsillos, cigarrillo en la boca, ojos entrecerrados. Ella, en media pista, se apura y se vuelve unos grados para ver qué tan cerca lo tiene. No esconde las intenciones de perderlo de vista. Él la llama por su nombre, ella sigue su camino.

Se refugia en un centro comercial de fachada negra y vidrios templados, baja al sótano, agitada, y se esconde detrás de unas escaleras. Espera que allí no la encuentre. Siente cerca sus pasos, por encima de ella. Su olor. El perfume que le cerraba los ojos cuando le besaba el cuello. Ella aguanta la respiración y cierra los ojos, esta vez adrede. Cuando los abre está frente a ella. Ahoga un grito con la mano. Los grandes ojos apuntan al pecho del muchacho y entonces alza la vista. Tiene cara de molesto. Seguro está molesto. Él muestra un mohín indescifrable.

Lo mira unos segundos sin decir nada y se encarama de su cuello y lo besa con ardor. Él, sorprendido primero, en trance después, se deja llevar. 

Un dolor filoso, foráneo. Un líquido caliente y denso que se desliza entre sus piernas. Recuerda lo que sentía cuando consciente se orinaba en la cama de niño. Se toca donde duele. Al despegar la mano, las hebras sangrantes dudan si quedarse en la ropa o en la piel. Siente cómo desde el tajo se le escapa la luz interna de la vida. Ella guarda el puñal.

Esto no duele ni la mitad de lo que me dolió sacarme a tu hijo de las entrañas, hijo de puta, piensa ella, pero no se lo dice.

Se marcha dejando tras de sí una línea de sangre que se pierde en el bolsillo de su casaca verde. Del mismo color de la suya, pero que hace un rato se está tiñendo del color de la muerte.

miércoles, 13 de agosto de 2014

El yanqui

Dicen que mi estilo de vida
es americano
-o estadounidense si prefieres-,
pero no es cierto
es una vil mentira
-aunque mientras escriba
piense en hamburguesas
y en malteadas de fresa-.

¿Americana dices?
Bullshit.

Dejo la pluma y salgo de casa
En vaqueros y negra chamarra,
me trepo en el Chevy 57
que tiene un espejo
-muy bonito espejo-,
y veo el pelo engominado
peinado hacia el sur
como corresponde.

Enciendo la radio:
suena la guitarra de
Eddie Jones.

No mientas, no seas así.
Mi vida está lejos (lejísimos)
de ser americana
-o estadounidense si prefieres-.

No me quites tiempo
con críticas destructivas
que me dan hambre
-por cierto-:
déjame comer
mis Buffalo wings.


viernes, 8 de agosto de 2014

Faucet

Un bosque. En el medio, un río. En la ribera, cerca de la desembocadura, un tronco seco en cuyo tope se sostiene un nido vacío.

Debajo, cerca de las raíces, hay dos corvatos agitados, desesperados, esperando a que la madre vaya por ellos y los recoloque en el maltrecho nido. No embargante, lo que se vislumbra de entre las nubes, es la silueta de un halcón.

El rapaz los ve agitados y suplicantes, extraviados en su miedo; entonces, decide ir por ellos.

Como una saeta, corta el aire en picada hacia el bocado, salivando. A pocos metros de su blanco despliega su penígero talento de disminuir la velocidad para prenderles.

Se cierran las garras sobre los blandos pichones, desgarrados en el trayecto hacia el pico mutilador por la sola fuerza de la pata del alfaneque.

Les quiebra las alas y los cartílagos todavía en formación. Y los suelta. Se deja caer con ellos y en el aire los despedaza con el puntiagudo pico. Engullendo así sus graznidos y su carne insuficiente.

Degustando la salada sangre de su primera comida, el halcón, no bien traga el último trozo de carne, siente el buido filo de un metal invisible que lo parte en dos desde dentro. Así sucede. No le dio tiempo ni de chillar.

Mientras el despojo de ave se derrumba como un objeto inanimado hecho de alambres y no de huesos, de entre los borbotones de sangre caliente, un resplandor enceguecedor resquebraja el celeste y blanco de la bóveda. Se convierte de pronto el resplandor en un negro más negro que una noche sin luna, y emerge de él la figura de un grifo.

Aterriza, abre las alas y las sacude a la vez que lanza un rugido-graznido que balancea las hojas con sus ramas. Muestra el plumaje reluciente, como en un cortejo. Aleteando sobre sus dos patas traseras, vuelve a abrir el pico y escupe una enorme almeja.

Despega el grifo y desaparece en el firmamento. Se abre la concha, estirándose de un largo sueño, y deja ver las formas de un hombre, Adán se llama, que acurrucado como un bebé en el vientre antes de nacer, abre los ojos.



viernes, 6 de junio de 2014

Estrés

Se sentía tan agotado por el estrés laboral que decidió sacarse un conejo del cuello para relajarse.

Y así fue: se relajó para siempre.

jueves, 22 de mayo de 2014

Magnum Opus

Agustín bajó la mirada y vio el pucho de cigarro consumirse. Jimena le pellizcó el culo. Él la miró.

-Jugar con el lenguaje es lo peor que podrías hacer -dijo Jimena.
-Lo sé. Pero no puedo evitar sentir esta maldita angustia.
-¿Cuánto más necesitas para escribir?
-Todo lo que sea necesario. Este será mi Magnum Opus. Comencé hace catorce años y la terminaré, aunque sea el último día de mi vida, antes de mi último aliento. Tú te encargarás de su publicación.

Jimena miró con enojo a Agustín. Le dolía que fuera tan inteligente y a la vez tan miserable.

Jimena bajó la mirada hasta la entrepierna de Agustín. Se puso de rodillas, bajó el cierre, sacó el miembro y comenzó a succionarlo con fruición. Treinta segundos después Agustín eyaculó.

Jimena se limpió la boca, le subió el cierre y se puso de pie. Él lloraba desconsolado.

Ella no dijo nada. Lo miró con tristeza y lo abrazó en silencio. Agustín le dio un beso en la frente y se desplomó como un árbol recién talado.

Había eyaculado su vida. Nunca pudo terminar su novela.