lunes, 12 de julio de 2010

El evangelio según el diablo - I parte.


He aquí la fuente viva de todo mal, sufrimiento y soberbia que jamás se ha escrito.


Con muchos nombres se me ha conocido, tantos y tantos y en tantas lenguas que, aún con la inmortalidad que cargo sobre los hombros, me sería imposible nombrarlos todos. Soy tan viejo como mi hacedor, como el que me hizo y los hizo a todos ustedes. Soy tan viejo como el que hizo todo lo que ves, aunque mal hecho esté todo.

Estoy en todas partes y no estoy en ningún lado, pero lo paradójico de mi existencia es que no existo, salvo si crees en mí. Para algunos soy el mal encarnado, para otros soy el verdadero camino al bien y, desde mi punto de vista, mis acciones no tienen nombre ni adjetivos, no pueden ser tildadas de buenas o malas, simplemente son lo que son, fueron lo que fueron y serán lo que serán, hasta el día en que me vuelva a enfrentar al viejo y lo derrote y domine este mundo infame que he podido moldear muy a mi gusto, sin el menor reparo ni la menor contrición.

¿Siento culpa? La siento, es decir, sé que existe, puedo sentirla correr por mi esencia, pero no me hiere ni me duele: no funciona, está rota. Es una sensación tangible pero inútil. ¿De qué sirve sentir culpa ante algo que será olvidado? Porque todo se olvida, porque nada queda en el recuerdo perenne de nada ni de nadie, porque yo me encargo de que todo se borre de los registros de esta vida, que no es la única ni la será, que no es la peor de todas ni por asomo.

¿Por qué escribo? Soberbia, uno de mis pecados capitales favoritos, aunque me parece gracioso que este mal llamado pecado —porque para mí es una virtud espléndida— exista desde incluso antes de que le pusieran nombre, incluso desde antes de que existiera cualquier tipo de lengua o modo de comunicarse. Existe desde que existo yo; peor aún: existe desde que existe él.

Él, sí, él. Y que conste para los registros de la literatura universal que jamás escribiré ni su nombre ni el artículo que lo identifica con mayúsculas, a menos que sea total y absolutamente necesario, como el principio de este párrafo, cuya letra capital corresponde. Me parece una falta de respeto escribir su nombre o cualquier cosa que tenga que ver con él con mayúsculas, ¿a quién se le ocurrió semejante barbarismo, por el amor a mí? Sin embargo Yo debo estar escrito así, porque lo merezco, porque así lo quiero y porque ni toda la soberbia del mundo junta me llega ni a los talones, dentro de lo que cabe, porque carezco de ellos.

Hoy decidí tomar la forma humana de un cantante famoso. He hecho entrevistas para diversos medios de comunicación pero nadie se ha dado por enterado de que no es el alma original quien se ha expresado, sino yo —que me alimenté de esa alma soberbia, como me gustan—, quien ha hablado; quien vivirá en este cuerpo hasta cuando me dé la gana. Lo malo es que me aburro rápido, pero hay algo bueno dentro de todo ello. Puedo estar dentro del cuerpo de quien me dé la gana por todo el tiempo que me dé la gana.

SOY OMNIPOTENTE.

Aquí entre nos… ¿no te da miedo estar leyendo algo escrito por la misma mano de Lucifer? ¿Acaso no temes que aparezca donde te encuentres leyendo esto, de la forma más aterradora posible y te arrastre conmigo al infierno? Qué interesante, tienes miedo, aunque lo niegues. Sabes que puedo hacerlo, sabes que puedo ir por ti ahora mismo y que puedo asustarte y condenarte y maldecirte sólo porque yo así lo quiero. ¿Y tu dios? Simple, no existe.

YO SOY DIOS.

Todos los ángeles que tengo a mi mando lo saben. En este mundo “celestial” que no conoces todos saben la verdad. No es una verdad a medias, no es una mentira, es la verdad: Yo soy dios. Ese dios en el que siempre creíste… ese soy yo. Yo soy quien le habló a Moisés, el que causó el diluvio… Ya, ¿ese dios? Ese soy yo. Espera, ¿no lo sabías?

Cuando me refiero al viejo ese en el que ustedes creen, me refiero a la fuerza que me creó, pero lamento decirles a todos quienes creían en él que sólo es una fuerza. Sí, una pequeña energía inútil.

¿Y el carpintero?

¿Jesús? Un hombre más que se casó y tuvo hijos. Que predicó en mi nombre sin saberlo. No necesito ahondar más en el asunto.

Si me he animado a escribir esto es porque finalmente quiero expresarle al mundo mis planes, y qué mejor que hacerlo en un libro. Eso de presentarse a la televisión mundial es un poco mucho. Aparte que me parece bastante inútil y soso, pero por sobre todo, me parece vulgar y sin clase.
Algo que me gusta, también, es que esto será leído en tu lengua, estés donde estés, con tu idiosincrasia; no hay manera de que no me entiendas. Estés en China, India, Perú, o Brasil. Estés en Bután, Montserrat o las Antillas Holandesas.

TÚ ME ENTENDERÁS.

No tengas miedo, hoy no vendrás conmigo al infierno. Hoy sólo sabrás qué planeo hacer contigo, con tu familia y amigos, con todo lo que quieres y conoces; con todo lo que no conoces e ignoras, con todo lo que te asusta y te enternece. Hoy sabrás cuál es mi plan con todo lo que has conocido y jamás conocerás.

Y no creas que soy malo, porque no lo soy, simplemente soy real. Tan real como las letras que conforman este conjunto de palabras que lees sin el menor reparo, con el morbo que yo he sembrado en ti a través de los medios de comunicación, a través de las personas que te rodean. Soy tan real que ahora mismo podría sacar una mano a través de este texto y estrangularte hasta que te revienten los globos oculares y saques la lengua como un sapo muerto.

TAL ES MI PODER Y HE DICHO.

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