jueves, 18 de febrero de 2010

La historia de un topo.


Esta es una historia profunda, pero quizás no lo sea por su contenido, sino porque es la historia de un topo que vivía bajo la tierra. Pero no era cualquier tierra. Este topo vivía bajo una tierra sobre la cual quedaba una clínica veterinaria.

Pero este topo no era muy civilizado y no tenía la menor idea de lo que era un veterinario. De cuando en vez observaba a través de un agujerito cómo entraban animales de diferentes especies: perros, gatos, tortugas, canarios...

Este topo era muy curioso, tanto que solía meterse a las tuberías del desagüe para irse a lugares más lejanos. En su trayecto se encontraba con algunas ratas conocidas con las que solía conversar cuando detenía su camino. Una vez se encontró con una salamandra, pero eso no importa; el asunto está en que nuestro amigo, el topo, conocía toda la ciudad subterráneamente: "de pe a pa" como dicen los humanos.

Un día cualquiera, cuando el topo estaba aburrido y tuvo ganas de husmear, acercó su rostro al agujerito aquel, por donde podía mirar la clínica veterinaria que quedaba sobre su casa y vio algo que lo sorprendió: una hembra de su especie que una niña llevaba bajo un brazo.

El topo entonces sintió algo que jamás antes había experimentado. Su corazón latió más rápido y aceleró su respiración. No sintió mariposas en el estómago, sino otros insectos, que le recordaron que tenía hambre.

¿De qué se trataba todo esto?

Efectivamente, nuestro amigo se había enamorado. No tenía la menor idea de qué hacer. No sabía cómo llegar hacia arriba, aunque sus uñas eran las de un topo saludable, no era tan ingenuo como para no darse cuenta de que no podría atravesar el concreto que separaba su casa de la clínica veterinaria. Es más, se sentía agradecido por ese agujerito por el que podía mirar y matar el tiempo en sus ratos libres.

Y es que el topo era un tipo solitario y no le gustaban las visitas. Salvo la de su único amigo; un ratoncito mucho mayor que él, a quien cada vez que el topo observaba sabía que ya no le quedaba mucho, pues estaba muy viejo, o como pensaba el topo "era un veterano".

Precisamente, este viejo ratón llegó a casa del topo en el momento justo del flechazo recibido. Nuestro cegatón amigo estaba tan absorto en sus pensamientos que no sintió llegar al ratón, quien lo vio y lo despertó del ensueño con un chirrido amistoso a manera de saludo.

El ratón le explicó al topo que había una manera de llegar arriba, aunque era muy peligrosa. El topo se sentía confiado pues conocía bien todos los recovecos subterráneos de la zona. El ratón también las conocía, y desde mucho tiempo antes que el topo, por eso sabía que era muy peligroso que su amigo intentara llegar hasta arriba.

El ratón de pelo blanco miró al topo con pena, porque entendía lo que éste sentía. Conocía la sensación del enamoramiento y también el dolor de la pérdida. Su familia había muerto a manos de una señora que los mató a escobazos... y el viejo ratón nunca pudo recuperarse de ello. El topo conocía la historia pero sabía que su destino sería diferente, que él lograría llegar arriba y formar una familia con esa hermosa señorita de su especie que vio cobijada por el brazo de esa niña humana. Pero no había más tiempo que perder. Por alguna razón ella había llegado a su vida y no permitiría que se fuera.

El topo sabía que, los humanos que entraban con animales a ese lugar que podía ver desde el agujerito, no estaban ahí mucho tiempo; no sabía la razón, no se explicaba el porqué, pero lo que sí sabía con certeza era que muchos de los animales que entraban ahí lo hacían muy enfermos y salían aliviados; entonces supuso que la linda topo que vio podría estar enferma y sólo estaría allí durante el tiempo en que la ayudaran a sanar.

El ratón le dio unas últimas instrucciones al topo antes de que partiera a la búsqueda de lo que quería, de lo que amaba: de eso tan hermoso que había llegado a su vida. El ratón le deseó suerte, y el topo, partió convencido de que volvería con ella, así tuviera que hacer... lo que tuviera que hacer.

Tras evadir una infinidad de sortilegios y no menos peligros, nuestro amigo el topo llegó, serpenteando por diversos caminos, a una tubería llena de agua que finalmente lo llevó a la salida de un inodoro. No era el mejor lugar para estar, pero había llegado adonde siempre quiso desde que vio a la topo de sus sueños.

Salió del artefacto aquel y caminó pegado a las paredes, intentando encontrar a su princesa, a la madre de sus futuros topitos. Caminó y caminó pero no la hallaba. Vio a humanos sentados en una sala de espera con animales a su lado o sobre sus faldas, pero ni rastro de quien buscaba. Finalmente, logró inmiscuirse al consultorio del médico veterinario y allí vio a la niña que sujetaba al ser más hermoso que sus ojos cegatones hubieran visto jamás.

El doctor movía la boca y parecía que se comunicaba con la niña. El topo no podía entender lo que sucedía. Aun así, no podía apartar los ojos de la señorita topo, que incluso tenía un lacito rojo sujeto de una de sus orejitas. El topo no sabía qué era ser mascota, y eso era precisamente lo que la topo era: la mascota de la niña.

Y entonces, el pequeño topo intentó comunicarse en su idioma topo con la señorita topo. Y el topo se topó con que la señorita topo no hablaba el idioma de los topos.

Ella no respondía ninguno de los sonidos que emitía nuestro amigo, quien en su idioma dijo cosas como: "hola, eres muy linda" "¿quieres ser mi novia?" "he venido a rescatarte".

El topo, dentro de su ingenuidad e inocencia, pretendía llevarse consigo a la mascota de esa niña, pero no podría hacerlo, y a decir verdad, los esfuerzos del topo eran en vano.

El topo, dentro de su dificultad para ver, notó que la niña estaba muy triste, y que la señorita topo, tan hermosa ella, lucía débil, cansada... razón por la que no escuchaba al topo; ella estaba muy débil, enclenque... lánguida.

Entonces, la tristeza se apoderó de nuestro amigo, quien desde su ubicación y oculto tras un tacho de basura, hacía hasta lo imposible por llamar la atención de esa criatura celestial, peluda y graciosa, con unos ojitos difíciles de olvidar. La tristeza se apoderó de él porque vio que ella, de pronto, se había quedado dormida, mientras su dueña parecía muy triste, y ese hombre que sujetaba la jeringa acariciaba su cabeza.

Y la hermosa señorita topo no despertaría y nuestro amigo no volvería a casa. Y el viejo ratón de pelo blanco lo esperó en vano hasta el día en que partió al Cielo de los animales. De haber sido más joven hubiera ido a buscarlo, pero a la edad que cargaba a cuestas, hubiera muerto en el camino.

Y el topo había decidido irse lejos, adónde no pudiera encontrar otra criatura igual de hermosa que lograra esa sensación extraña que jamás antes había sentido: humedecer sus ojos.

No hay comentarios.: