miércoles, 17 de febrero de 2010

El día en que se paralizó el mundo.




Cuento escrito en 2003, con lo que yo considero muy poco talento en cuestiones de redacción, por mi poco léxico a esa edad. Hoy lo comparto con ustedes, como parte de lo que lo llamo mi "pasado literario".

Este texto no ha sido corregido. Pido perdón por cualquier falta que se pueda hallar aquí.




El Día En Que Se Paralizó El Mundo

Por Micky Bane.

No era un día más en la ciudad de Lima. El verano apenas estaba comenzando y el calor ya carcomía nuestros cuerpos. Las playas estaban abarrotadas, pero, ¿qué podría tener de extraño eso? Nada, pero había algo anormal; de hecho, se podría decir que era algo insólito:

El mundo entero estaba en verano a la vez.

Así fue. Todos los países del mundo, sin excepción alguna, tenían el verano encima. Se decía que esto no era posible ya que el sol debería cumplir el rol ya conocido por todos, es decir, cumplir con las estaciones regularmente. Pero, ¿era factible que algo así pudiera sucederle al mundo entero? Dicho sea de paso, ni los meteorólogos más reconocidos del mundo -incluyendo a los japoneses, autro proclamados expertos en la materia- tenían alguna noción clara al respecto.

Algunos miembros de sectas religiosas y fanáticas decían que se acercaba el "Fin de los Días", hecho que, personalmente, siempre me pareció demasiado manoseado. Creo que el fin el mundo no será anunciado… llegará solo y sin previo aviso, un día cualquiera, quizá el día más hermoso que haya existido jamás.

Pero aquel domingo de verano, como el resto de limeños, me dispuse a ir con mi familia a nuestra playa favorita. Era como el medio día del seis de junio de 2006 (06/06/06). Los líderes de sectas y religiones fanáticas diversas lo habían señalado como un día letalmente crucial en la existencia de nuestro querido -y siempre olvidado- planeta. Para los incrédulos y prácticos, el hecho de que la fecha señalada tuviera como dígitos finales los tres seis de los que se habla en el Apocalipsis, no tendrían por qué tener significado alguno, pues en todo caso, de ser relevante el número de la fecha, el mundo hubiese perecido el 06/06/06 pero de 1906 o de 1806, y así sucesivamente; por tanto jamás vi dicha fecha como preludio de algún designio fatal.

Ya en mi automóvil, camino hacia la playa en compañía de mi familia, encendí la radio y a través de una emisora local comencé a escuchar los diversos programas que se referían a la conmoción del día señalado como “el fatal”. Los locutores y entrevistados comunicaban sus diversos puntos de vista con respecto al fin del mundo, al fenómeno del verano mundial y a las predicciones sectarias. Unos decían que no era más que publicidad para las mencionadas congregaciones, y otros, concordaban en que le quedaba poco al planeta. Eran debates alarmantes, pero no lograron convencerme de que el mundo acabaría en poco tiempo. Al cambiar de estación radial escuché a un par de locutores más serios. Ellos hablaban acerca de las prevenciones que estaban tomando los líderes sectarios del mundo para recibir el Apocalipsis como debía de ser recibido. El periodista comentaba el tema con un tono irónico. También añadió que, salvo el verano mundial, no habría por qué preocuparse pues mañana sería otro día de sol “como cualquier otro”.

Mientras escuchaba la radio en silencio, sin ser interrumpido por ningún miembro de mi familia, pensaba en cómo era posible que pudiera existir gente tan fanática, y no sólo eso, sino que trataban de volver fanáticos a la gente que los rodeaba.

“¡Cuánta estupidez gratuita existe en el mundo!”, pensé mientras conducía. Las palmeras del camino avanzaban en dirección contraria a mi marcha, como queriendo arrollarme.

El día, de por sí, ya era raro, pues los cuarenta grados centígrados no eran nada usuales en Lima. Ni siquiera con el fenómeno del Niño hizo jamás tanto calor.

Cuando estuvimos por llegar a la playa, oí algo en el autoradio, algo que me hizo reflexionar. Lo que oí, fue más o menos algo así:

"Señoras y señores de Lima y el Perú entero, les reportamos que acabamos de recibir un flash informativo. Hace aproximadamente seis minutos han comenzado a registrarse movimientos telúricos en diversas partes del globo. El más fuerte de todos acaba de destruir la ciudad india de Nueva Delhi. Se registró un nuevo récord sin precedentes al recibir la información con respecto a que el terremoto alcanzó el grado máximo en la escala de Richter. Además, el presidente de los Estados Unidos ha dado un mensaje al mundo, con la esperanza de que el planeta entero se una y ore, sin importar las religiones que prediquen o profesen; pero, que se mantengan unidos y, sobre todo, con mucha fe. Por otra parte, nos informan que Buenos Aires ha colapsado en la oscuridad. La ciudad entera se oscureció siendo apenas las catorce horas. Testigos del hecho informaron que, en la oscuridad que reina sobre la ciudad, sobre la plaza del obelisco se ve en cielo formada con estrellas, una cruz."

Quien narraba los acontecimientos, continuó mencionando eventos espeluznantes que parecían extraídos de cualquier película hollywoodense. Mi esposa, al lado, sonreía incrédula si quitar la vista de la radio. Mis hijos, sin embargo, en el asiento de atrás, ni se inmutaban y prosiguieron con sus juegos de manos. Antonieta, de cuatro años y Doménico de seis, apenas si entendían lo que oían, si es que lo estaban haciendo.

Por mi parte, comenzaba a tener dudas con respecto a lo del 06/06/06. Quizá sí era una fecha maldita -o bendita, porque el mundo actual se merece otro “diluvio universal”-, quién lo sabe. Lo raro era que en Lima el clima continuaba igual y no había señales de nada extraño, así que apagué la radio y le dije a mi esposa que no se preocupara, que estaríamos juntos pasara lo que pasara, a pesar de que, en mi mente, había sólo ideas positivas y no pasaron ni la muerte ni el caos por ella. Además, ¿quien podría saber si pasaría algo en Perú? En mi país nunca ocurría ningún desastre de grandes magnitudes, salvo uno que otro temblor. Sé que tuvo un par de terremotos memorables pero nada más. Imaginarme la ciudad sumergida en una oscuridad diurna pasado apenas el medio día me parecía realmente increíble; por tal circunstancia, mi lógica desechó cualquier temor que pudiera albergar tras oír los hechos sucedidos en otras partes del mundo.

Le pregunté a Giovanna -mi esposa- si de todas maneras quería ir a la playa. Me contestó afirmativamente, un poco resignada, pero agregó que era preferible esperar lo que sucediera juntos y con los chicos divirtiéndose. La tranquilicé; unas palabras fueron suficientes para convencerla de que lo oído en la radio era, quizás, alguna broma masiva.

-Con eso no se juega, Iván –me dijo algo preocupada.

-En el siglo veintiuno los medios de comunicación ya no saben que hacer para ganar oyentes – repliqué con una sonrisa de lado.

Ya instalado en la playa, me di con otra sorpresa: la playa estaba repleta. Al parecer, todos aquellos bañistas estaban totalmente desinformados sobre lo que mi familia y yo habíamos oído en la radio del carro. Pero, al ver tamaña cantidad de gente, se me vino a la mente la voz del locutor narrando las tragedias sucedidas en otras latitudes. Un pequeño sentimiento de intranquilidad me recorrió el cuerpo. Pero, un rato después, echado ya sobre la toalla, con la cabeza apoyada sobre mis brazos, ausculté al sol, lo poco que pude, obviamente, y lo noté un poco más anaranjado que de costumbre. Al poco rato, no sé si por la pontetísima luz solar o, quizás, por alguna otra razón, vi una sombra en forma de mano moverse alrededor del astro. Impactado por la imagen, pensé, con la expresión totalmente inmóvil:

"¿Será cierto, entonces, lo que oí en las noticias? ¿Moriremos todos?"

Pasadas las 3 de la tarde todo estaba bien; los niños se divertían, es decir, nada raro ocurría. Pero mi corazón terminó de sobresaltarse a las 3:37 de la tarde de aquel día:

En plena tarde soleada, en la playa y en verano, el cielo se oscureció en lo que dura un parpadeo.

El pánico se apoderó de todos en el lugar. Gracias a Dios, mis hijos y Giovanna, estuvieron a mi lado en ese momento. La oscuridad era total. Ni siquiera la luz de la luna nos acompañaba. Los gritos que emitían las personas que estaban alrededor eran realmente abrumadores. Sin coger ninguna de mis pertenencias, tiradas sobre la arena, me apresuré a ir al carro en compañía de los míos. Empezó a correr un viento frío y veloz, como un huracán o algo así.

Encendí, una vez más, la radio de mi carro y sólo pude sintonizar una estación, justo aquella donde había oído a aquel optimista locutor:

-¡Me voy de aquí! -dijo, y se fue la señal totalmente.

No sé que más pudo haber pasado. No quería imaginarme que estaría sucediendo en el resto del mundo. Tampoco quería pensar en como estarían mis amigos y familia. Además, me sorprendía no sentir tanto miedo como siempre me imaginé que tendría el día en el que el mundo acabara. Mis esposa e hijos lloraban . Yo estaba pasmado y no atinaba a nada. Las luces internas del auto funcionaban, las encendí y me dispuse a consolar a Giovanna y a los niños antes de poner en marcha el motor.

Arranqué el carro y me dirigí hacia la Panamericana Sur con destino a casa. En el camino, aquel viento fuerte hacía que las palmeras, esas que adornaban la vía, se doblaran como débiles cañas. Las luces de los postes eléctricos andaban apagadas. No había energía eléctrica en la zona, pues, la tormenta, tenía una energía extraña que impedía funcionar cualquier artefacto o máquina que funcionara con corriente eléctrica. Eso lo supe mientras comencé a escribir sobre estas páginas. Lo oí en una pequeña radio a pilas que saqué de casa y estaba guardada en la guantera. La señal de onda corta provenía de España.

Todo era un caos absoluto. Mientras manejaba tenía que tranquilizar a mi familia con palabras optimistas. Les decía a mis hijos que todo estaría bien, que no lloraran, que al día siguiente los llevaría a pasear a otro sitio, que les compraría regalos. A mi esposa la besé y le dije que estaríamos juntos pase lo que pase, tal como ella quiso. Me abrazó apenas, tratando de no estorbarme al conducir, y con lágrimas en los ojos me dijo:

"Te amo".

Al llegar a casa bajamos a toda velocidad del auto para refugiarnos en el garaje de la casa. Nos escondimos allí cerca de tres horas y media. En aquel lugar semi subterráneo nos sentíamos, de alguna manera, seguros. Nos mantuvimos abrazados durante todo el tiempo que pudimos. Luego, nos vimos en la necesidad de abandonar el lugar pues comenzó a inundarse, poco a poco. Salimos desesperadamente de la casa, no sin antes sacar del garaje todo lo que pudieramos necesitar. Llevé conmigo una linterna, unas cuantas mantas, la radio a pilas y este cuaderno donde suelo escribir mis manuscritos. Ya en la calle vi que el agua nos llegaba a los tobillos.

Pensé en lo peor.

Mientras estuvimos refugiados en la cochera había empezado una lluvia torrencial, nunca antes sucedida en la ciudad de Lima, razón por la que el agua nos llegaba hasta los tobillos… ¡En plena calle!

No supe qué hacer. Vi a mis vecinos salir con sus familias de sus casas. Había un gran movimiento en todo el vecindario. Las linternas nos ayudaban a guiarnos y mi única esperanza era esperar a que se hiciera de día otra vez, pero ¿cuándo llegaría el añorado momento? El clima era casi helado y llovía de una manera bestial, así que se me ocurrió algo: ir a un cerro y buscar una cueva o algo donde refugiarnos.

Subimos, nuevamente, al vehículo con todas las cosas que saqué de casa. Me dirigí hacia el distrito de El Rímac, pues allí, hay un cerro llamado "San Cristóbal” que tiene un mirador. Al llegar tratamos de subir con el auto. Conseguimos hacerlo hasta la mitad, pues, la lluvia, estaba provocando derrumbes en el cerro. Subimos, muertos de frío, cansados y asustados, hasta la cima a la espera de algún milagro.

Entramos al mirador, el que nos guarneció de la lluvia y, desde ahí, vimos -lo poco o nada que se podía ver- como la gente trataba, en vano, de salvarse. Rayos comenzaron a caer sobre la infeliz ciudad mientras los ensordecedores truenos hacían llorar de susto, cada vez más, a mis hijos.

“Que malos debimos haber sido para que Dios decida sorprendernos con un nuevo desastre, como el diluvio”, pensé.

Traté de estar pendiente de velar por mi familia en todo momento y no caer dormido hasta que ellos no lo hicieran primero, pero, el sueño me venció antes de eso.

Al día siguiente desperté sobresaltado. Giovanna y los niños no estaban a mi lado, así que me fui a buscarlos, con el corazón en la boca y con rabia, por haber sido débil y haber caído presa del sueño.

No los encontré. Casi me da un infarto al darme cuenta que, a pesar de estar en la cima de un alto cerro, el agua me mojaba los zapatos.

Me arrodillé, desesperado y arrepentido, y lloré. Lloré pidiéndole a Dios que me perdonara a mí y a mi familia por todos nuestros pecados.

Horas más tarde, al darme cuenta que Giovanna y los niños no tenían modo de haberse ido del lugar adrede, perdí la esperanza. Me asomé por el mirador y me vi en una pequeña isla rodeada de mar. Ese mar era la lluvia y esa isla era, literalmente, la punta del cerro.

No sé que pasará conmigo, ahora estoy solo aquí, llorando por lo malo que pude haber sido y lo bueno que me faltó ser, esperando a mi familia, sabiendo que lo hago en vano; imaginando que toda mi vida, mi trabajo, mis amigos y familia están ahí, bajo ese mar. Todos mis recuerdos, mis llantos y mis risas quedarían para siempre ahí. Todos los libros que escribí quedarían perdidos en las mentes de todos los difuntos que tuvieron la oportunidad de leer alguno de ellos.

Termino de escribir bajo este techo de madera, con el agua por la cintura y esperando mi destino. Las hojas del cuaderno en el que escribo están mojadas y me es dificultoso lograr que la tinta se impregne en él. Ojalá que, algún día, alguien las encuentre y sepa que hubo un segundo hecho que aniquiló la vida en La Tierra. Espero no ser el único testigo que haya podido apreciar este acto de la mano de Dios. Ojalá éstas hojas ayuden en el futuro.

¿Seré el último humano vivo?...

…Quién sabe.

Nota: Este texto fue encontrado en partes e investigado por antropólogos de diversas partes del mundo en el año 2185. Unieron las partes que se encontraron tras largos años de búsqueda. El océano de lluvia llevó las hojas hacia otras partes del planeta. Algunos retazos de papel fueron encontrados en lugares tan recónditos como Nepal, muy lejanos a la costa peruana.

La historia retratada en ese cuaderno ayudó a ver de otra manera la tragedia de aquel día, la que sólo había sido investigada por medios científicos. Los textos hablan de aquel día en la vida de Iván Palestini, escritor peruano de 34 años, fallecido el 7 de junio del año 2006 cerca de las 08:00 ante meridiano. Un día después del "Gran Desastre" como fuera bautizado tal evento. Su familia habría fallecido horas antes por causas aún no reveladas.

Se estima que sólo medio millón de personas en el mundo entero sobrevivieron al "Gran Desastre". Antes de aquel hecho, existían cinco continentes y varios océanos. Hoy en día, la Tierra tiene sólo dos continentes y un solo mar.

-Nota escrita por:

Dr. James Linderwood:

Científico encargado de recuperar las hojas del legendario “Texto Palestini”, el cual fuera una leyenda por siglos. Finalmente, dicho texto fue traducido a todos los idiomas existentes y fue publicado en diversos medios de comunicación. Pero todos en la misma fecha: El 6 de junio del año 2206. Doscientos años después del "Gran Desastre".

2 comentarios:

Mau dijo...

Gracias! no seas malo con Renato! mi ortografía es muy buena!!! seguro que son errores de tipo. Prometo leerte, a esta hora dudo mucho, lo dejo para luego. Saludos!

Micky Bane dijo...

Sé que Cisneros te gusta, te entretiene, creo que hasta algo más. Pero a mí sigue sin gustarme y sin convencerme.

Por cierto, ¿alguna vez dije algo sobre tu ortografía?