martes, 14 de agosto de 2012

Epístolas Vampíricas III




Bram Stoker era su nombre y un virtual desconocido para mí. Nunca había oído ni su nombre ni su proceder, mucho menos su trayectoria, si es que tenía alguna.

De una forma extraña no confiaba en él. El mero hecho de acercarse a un vampiro así, sin mostrar temor -de tenerlo- era admirable y estúpido a la vez. ¿Cómo había dado conmigo? Lo ignoro, en mi respuesta a su misiva había sido esquivo. Probablemente algunos de esos patéticos vampiros errantes con vago pasado y ausente futuro habían hablado de mí.

-He viajado mucho para conocerlo -dijo el joven irlandés con flema británica. Estábamos de pie en el salón principal de mi residencia.
-Stoker, ¿verdad? -pregunté observándolo con atención, intentando averiguar sus intenciones.
-Así es, señor. He de confesar que estoy cumpliendo un sueño de infancia -agregó con sonrisita insoportable-. He devorado tantos libros sobre ustedes y jamás dudé de su existencia.
-Me alegro -contesté parcamente.
-Yo mismo quiero escribir una historia de horror en la que el personaje principal sea uno de los suyos, señor.
-¿Historia de horror, dices? -inquirí y sonreí. Sabía que un mortal jamás podría expresar en palabras el horror de vivir o presenciar un mundo como el nuestro-. ¿Y en qué puedo servirte, Stoker?
-Todo lo que sé está basado en conocimientos adquiridos a través de libros, muchos prohibidos, otros de ficción. También de enciclopedias o compendios de tratados sobrenaturales; sin embargo, quiero ser el primer "mortal" (como usted dice) que obtiene datos de una verdadera fuente de conocimientos.

Me pareció un muchacho tan valiente como ingenuo. Su atuendo mostraba pulcritud aunque no ostentación de gran fortuna. Digamos que, aunque no tuviera dinero para ropa nueva, al menos se preocupaba por conservarla presentable.

-Pues, a decir verdad -aseguré-, dudo mucho que seas el primer mortal que tiene la oportunidad de entrevistar a uno de los nuestros. De lo que sí estoy seguro es del mal fin de esos que se atrevieron. Si obtuvieron la información que necesitaban no creo que les sirviera de mucho.

El joven tragó saliva y perdió un tanto la confianza con que había llegado. Quizás mis palabras sonaron amenazantes.

-No te preocupes -dije con tono templado-, de haber querido, ahora mismo tu sangre estaría circulando en mi interior. Vivo o no, ya no serías el mismo.

-Bueno, perdone usted si lo inoportuno -respondió aquél un tanto nervioso-, ¿podrá  brindarme un fragmento de su valioso tiempo?

Asentí.

-La verdad, y como se lo hice saber en mi carta, quisiera que usted pudiera brindarme información sobre el más famoso de ustedes, al que llaman conde.

-Lo sé, pero, lamento decirte que, aunque sabemos más que cualquier mortal, ni siquiera por ser vampiros sabemos de él como imaginas.

-Cualquier cosa, señor, cualquier dato sería muy importante para mí. Por pocos que sean, preferiría tenerlos de primera mano y no inventarlos, como sé que han hecho otros autores.

-¿Has escrito algo que haya leído? -pregunté, conociendo de antemano la respuesta.

-Lo dudo, señor. Estoy intentando hacerme de un nombre en Inglaterra, por desgracia, en mi tierra natal no he tenido éxito.

-¿Y por qué hablar de quien fuera nuestro líder?

-Por la importancia de su nombre, por el poder que tuvo... Porque me parece fascinante.

-¿Conoces que él no está más?

-Lo sé, señor, pero me interesa muchísimo su vida. Creo que no dejó a un sucesor.

-Te equivocas, jovencito -dije, sabiéndome mayor en edad que él, pero pareciendo menor en apariencia-. En nuestra sociedad su sucesor es considerado poderoso, tan o más que el propio Drácula. Quizás exageran, pero así lo consideran porque se ha hecho amar, se ha ganado el cariño y respeto de su "pueblo" y, por lo menos, momentáneamente, se respira tranquilidad en el Mundo Oscuro.

-Bueno, señor, no sé de quién me habla usted.

-Lo sé. Su nombre no es conocido entre los tuyos.

-¿Y por qué, señor?

-Porque un vampiro tendría que lavarse la boca antes de hablar de él.

-¿Tanto así, señor?

-Tanto así, jovencito.

Noté algo que me avergonzó un poco y se lo hice saber a mi interlocutor:

-Disculpa mis malos modales. Toma asiento.

-Está bien -respondió, y se sentó en el pequeño sofá de la sala de estar.

-Puedes preguntarme lo que quieras, pero sólo te contestaré lo que sé... y lo que quiera, el resto puedes inventártelo si deseas, la verdad, no me importa.

Me sentí cruel por haberle hablado así al pobre aspirante a escritor, pero era cierto. Me daba igual lo que aquél hiciera con la información que estaba a punto de proporcionarle.

Sacó del morral de cuero el frasquito de tinta y el plumín, dispuesto a tomar notas de toda respuesta mía.

Me sorprendió la vehemencia del muchacho, las ganas que tenía de escribir y de contar al mundo una fabulosa historia de vampiros. Sonreí.

Era cierto que no sabía tanto del Conde, quizás no tanto como su sucesor, su Hijo de sangre, ese vampiro que en aquel entonces era muy famoso y querido entre nosotros y de quien nadie hablaba más que en secreto. Pensándolo bien, hubiera sido mejor para el joven Stoker entrevistarlo a él y no a mí, a él que era el líder máximo de todos los vampiros del mundo y mi entrañable amigo. 

- Para empezar -dije-, el título de Conde era falso...




Cassiano Do Bragança.

Lisboa, 17 de marzo de 1893








No hay comentarios.: