domingo, 10 de mayo de 2009

Cartas Memoriales - Epístola segunda: A mi Madre

Epístola segunda.


Carta a mi madre.


Acaso me faltan palabras para empezar a decirte todo lo que puedo sentir por ti. Acaso una hoja en blanco y un poco de inspiración no es suficiente para plasmar todo mi sentir.

¿Cómo podría decirte que te amo, madre mía? Tan desnudo el decirlo, como si fuera sencillo. Tan complicado el narrarlo.


Madre, insisto en repetir que cada palabra escrita en esta misiva no es suficiente para mí y quisiera que sepas al dedillo que, cada vocablo, que escribo con tanto apego, encierra el infinito significado de mi amor por ti.


Los primeros recuerdos que tengo son aquellos en los que la torpeza y debilidad de mi temprana edad consentían que te inquietaras, primerizamente, por mí, con ese afecto preocupado, con esa mirada incandescente, inexplicable para aquel yo, para este yo. Jamás tendré el privilegio que encierran esos cuerpos frágiles de mujer y que poseen aquel don magistral de dar vida y que. en la más absoluta realidad, sólo denotan mucha más fuerza que la de cualquier otro ser.


Mi edad no me permite explayar con más palabras lo que una mirada infantil pudo decirte hace años. Y no quiero pensar en el momento que, indefectiblemente, habrá de llegar, y no quiero pensar en que no te veré en la otra vida. Sin ti, realmente mi existencia quedaría irremediablemente vacía por tanto que me diste; todo lo que pude necesitar, sin pedírtelo jamás. Las cosas importantes de la vida me las enseñaste tú y más, madre infinitamente hermosa de cuerpo y alma… Muchísimo más.


Se me encoge el corazón al pensar en tu sacrificio, al saber que pensaste, siempre, primero en nosotros: tus hijos. Yo, que soy un tonto egoísta a tu lado, admiro fervientemente esa pasión con la que te esfuerzas por darles a tus hijos una vida mejor.


Madre, soy un inútil, y sé que nunca podré pagar lo que has hecho por mí, ni en esta, ni en diez vidas más, pues imperecederos son el amor y esfuerzo esmerado con el afán de cuidarnos, de querernos… de protegernos.


El amor más puro y grande que sentí alguna vez, fue y sigue siendo el tuyo. Oro por ti, por tu salud y bienestar y trataré de ser el mejor hijo. Lamento haber provocado que me hicieras pensar que no me quieres cuando te molesté; por lo menos menos, eso es lo que un hijo piensa en los momentos de tensión, sobre todo cuando nuestra breve edad no pesa tanto. Añoro ser niño de nuevo y dar todo por ti, ser mejor de lo que fui y crecer mejor de lo que crecí, para así, hacerte mucho más feliz.


Para mí siempre serás esa luz que guió mi camino, para hacer de mí un hombre de verdad. Siempre serás hermosa en cuerpo y en alma, la más buena y mejor madre del mundo. Tus lágrimas son el más amargo pesar que he sentido alguna vez, pues te hice llorar algunas veces por sandeces barbilampiñas y algunas otras, no tanto; pero jamás quise arrancarte una lágrima, ni siquiera inconscientemente, perdóname por eso.


Gracias por engendrarme, criarme y quererme. Esta alma no mereció jamás tamaña distinción.


Mi corazón te pertenecerá hasta el fin de los días, madrecita mía, flor luminosa de virtudes y amor etéreo.


Afectuosamente y con todo el amor que pueda tener mi corazón enfermo:



Micky.


-El hijo que no te merece.







No hay comentarios.: