lunes, 20 de agosto de 2007

Terremoto en Lima

Este último miércoles 15 de agosto de 2007, a las 18:41, un terremoto de 7.9 grados en la escala de Richter, sacudió mi país, haciéndome recordar la pequeñez de mi humanidad.

Casualmente el 15 de agosto se celebra el aniversario del fallecimiento de mi padre, Don Felbiger Rondón Vásquez, quien me dejó, para irse a mejor vida, un domingo 15 de agosto de 1993.

No sé si el me protegió. No sé que fue. Pero aquel día no sentí el sismo. Nada. Ni un ápice. Y es que iba en un vehículo de transporte público, oyendo música desde mi celular con un par de audífonos y, de paso, leyendo los resultados de un exámen. Mi cabeza estaba dividida, partida, pero en tres cosas ínfimas, si las comparamos con la magnitud de lo que estaba sucediendo a mi alrededor.

A mitad de camino, y de pronto, el carro se llenó como si fuera el último en circular por toda Lima. El tráfico se volvió un infierno y los treinta minutos de viaje se convirtieron en una hora con diez. Pero ¿Cómo supe que un sismo de semejante magnitud ocurrió si no lo sentí? Bueno, no fue complicado darme cuenta; bastó con ver hacia afuera a través del vidrio de la ventanilla para ver como un enorme poste metálico se movía como una palmera de Miami en pleno huracán. Ver personas salir despavoridas de sus casas y lugares de trabajo también fue una señal.

Ni bien lo supe puse la radio de mi celular. En RPP decían que el sismo había remecido casi todo el país, que en Pisco las personas estaban en la Plaza de Armas de rodillas y, casi en penumbras, orando para la ciudad no termine de hundirse bajo tierra. Es indudable que eso me alarmó, pero mantuve la calma. Lo primero que hice fue llamar a mi familia pero, por obvias razones, ninguna de mis llamadas tuvo buen fin, ya que, y citando a nuestro "buen" presidente Alan García "nuestras líneas colapsaron".

Llegó el momento de bajar de la cúster, no debo obviar el hecho de que nunca antes había estado en un carro tan lleno como aquel día -planchado, como el del cuento- y tras mil peripecias, finalmente, me bajé del carro. Ya en suelo firme (¿firme?) donde se supone que tendría que tomar otro vehículo para moverme unas diez cuadras por la módica suma de cincuenta céntimos, me vi en la obligación de caminar, pues en cada paradero había una interminable fila de, por lo menos, veinte personas esperando irse a casa y saber algo sobre sus seres queridos. Mientras tanto, yo insistía en llamar a mi casa pero los resultados seguían siendo negativos, definitivamente la llamada desde mi teléfono celular no llegaría a buen puerto.

Caminando por la avenida Brasil, desde la altura del Hospital de Policía hasta la cuadra doce, fui revisando cada local, farmacia, restaurante o casa cercanos para comprobar la magnitud del terremoto, pero para mi sorpresa todo estaba en su sitio, empecé a dudar si realmente había sido un terremoto. Al llegar a mi destino, me encontré con quien en aquel momento era mi pareja sentimental, me abrazó, me besó y me preguntó cómo estaba. Me contó lo que pasó en el lugar donde trabajaba, de cómo salió un polvillo blanco en el techo del primer piso del edificio donde se encontraba en ese momento. De como el edificio del frente cubierto en su totalidad por vidrios espejados se movía con un vaivén incesante. De cómo pensó en mí y de dónde andaría.

Las calles estaban repletas de gente, el tráfico era caótico. Finalmente desde un teléfono público pude comunicarme con mi familia y tranquilizarlos.

No sé si fui bendecido o no al haber sido alguno de los que no sintieron el terremoto, sé que sí me hubiera gustado compartir la experiencia con los demás para no sentirme excluido o mal mirado, "qué suerte" dijeron algunos, "qué cólera" dijeron otros pero yo nunca dije nada, no sé por qué y eso es lo más extraño.

Desde aquí mis condolencias para todos aquellos quienes perdieron a sus familiares en semejante desastre natural. Nunca nada se comparará al dolor de perder a alguien a quien se ama, y de eso puedo dar fe.

No soy bueno contando las cosas y no sé que tan bueno sea omitiendo las que no conté hoy aquí, quizás con una taza de café me explayaría mejor.

Y si para usted, uno de mis dos lectores, el sismo fue un "ay pero que horrible", espero que no se sienta mal al ver algo como esto: http://www.youtube.com/watch?v=NaqjYrV-bD8

Si haber sido parte del sismo me hubiera hecho sentirme más cerca de los de fallecidos en ese video, estaría presto a sentirlo mil veces... y más.




2 comentarios:

Juana_Olazábal dijo...

No sè cuàntas veces te he escuchado decir "¿Como no hay un temblorcito hoy?", si hubieras sentido el temblor de ese dìa quizàs no pensarìas lo mismo, no me atrevo a hacer click en el link del video porque ya viste mi reacciòn respecto a los videos sobre ese dìa.

Definitivamente alguien te cuidaba, seguramente tu papà (por cierto, me gusta mucho su nombre).

Micky Bane dijo...

Pues hasta ahora digo, ¿cómo no hay un temblorcito hoy?...

Saludos, Juanilla.