sábado, 21 de marzo de 2009

La Cura.



Se curó.

Tantos años postrada en la cama y finalmente se curó. La sangre que su padre le había donado no había servido; la de su madre, tampoco. Era milagroso que pudiera curarse de una enfermedad como la leucemia.

Cuatro años en tratamiento, quedándose dormida mientras hablaba por teléfono con la gente que la quería. Cuatro años padeciendo un dolor inenarrable.

Nadie creía que el último transplante de médula serviría, pues en los anteriores, todos habían fracasado. Su madre casi entregó su vida por salvarla pero, milagrosamente, y tras tanto sacrificio de médicos y oncólogos parecía que se sanaba, pero lamentablemente el destino aciago negó cualquier remota posibilidad.

Nadie creía en un milagro, nadie... salvo él.

Un hombre que siempre se le aparecía por las madrugadas, despertándola. Ella, de mala gana se despertaba y nunca llegó a acostumbrarse a las conversaciones que ese extraño siempre buscaba.

A ella, la cara del hombre se le hacía familiar. Una de esas madrugadas, aquel desconocido le dijo algo que ella, ausente de toda esperanza, no creyó pues los médicos ya la habían desahuciado.

"Te curarás, Sofía".

Pero aquello parecía que no sucedería...

El último día de su vida, Sofía esperó en vano que se cumpliera la promesa de aquel extraño hombre barbado. Se sintió desilusionada, triste, engañada.

Y se fue.

Una mañana de abril, cuando la lluvia aun descendía sobre esa solitaria calle donde se ubicaba el viejo Hospital de Mallorca, Sofía partió, dejando a todos sus seres amados hechos un mar de lágrimas.

En un lugar tan extraño, Sofía se encontró con aquel hombre barbado.

"¿Estoy muerta?"

Jesús no le respondió. Su rostro era la invitación perfecta a un paraíso tan justo y necesario para todo el dolor que ella había sufrido.

Bastó la sonrisa de ese hombre para darse cuenta que se había curado.

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